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Procesos de migración en víctimas de guerra



En la fase de pre-partida, que comprende el periodo previo a la migración desde el país de origen, es altamente probable la exposición a eventos traumáticos, en especial actos violentos y de guerra. Una reciente revisión sistemática que analizaba la salud mental de los refugiados a largo plazo concluyó que la exposición a la guerra tenía un efecto significativo y mantenido en la salud mental de los refugiados (Bolgic, Nojku & Priebe, 2015). Asimismo, en el meta-análisis de Steel, Chey, Silove, Marnane, Bryant y Ommeren (2009), haber sido víctima de tortura en el país de origen se asociaba significativamente con la sintomatología postraumática y depresiva. Además de los datos que ofrecen estas investigaciones, contamos con testimonios de personal sanitario que trabajan en zonas de conflicto, como Siria, y que refieren que el número de personas que presentan trastornos de salud mental y precisan tratamiento es aproximadamente el triple (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, 2016).
            Por su parte, la fase de viaje comprende el periodo que transcurre desde que los refugiados dejan su país de origen hasta que llegan al de destino, pasando, generalmente, por lugares de tránsito donde pueden estar más o menos tiempo en función de las circunstancias. Durante esta fase, también es probable la exposición a estresores importantes asociados tanto a las circunstancias del propio viaje (e.g. cierre de fronteras) como a los medios de transporte utilizados en el mismo (e.g. naufragios).
En este contexto de tránsito, Zimmerman et al. (2011) destacan también una fase intermedia, particularmente relevante en refugiados e inmigrantes ilegales, que van a denominar como fase de detención. Esta fase está caracterizada por situaciones de residencia temporal en centros o campamentos de refugiados y se asocia generalmente a políticas de control de la inmigración. En los lugares de detención o residencia temporal, los refugiados a menudo se enfrentan a situaciones de privación, hacinamiento e insalubridad, así como también a conflictos derivados de la propia situación (e.g. enfrentamientos con la policía u otros refugiados) y a la incertidumbre sobre una posible repatriación. Estas situaciones suponen un estrés añadido, encontrándose una clara asociación entre el tiempo que los refugiados pasan en estas condiciones y la severidad de los trastornos mentales posteriores, en especial en aquellos refugiados que previamente han sido expuestos a eventos traumáticos (Keller et al., 2003; Steel, Silove, Brooks, Momartin, Alzuhairi & Susljik, 2006). Asimismo, en un reciente estudio con una muestra de refugiados iraquíes evaluados en un campamento de refugiados de Turquía, se observó una alta prevalencia del trastorno de estrés postraumático -42,9%-, trastorno depresivo mayor -39,5%- y la comorbilidad de ambos diagnósticos -26,4%- (Tekin et al., 2016).
Además, se ha observado que la tasa de prevalencia de estos trastornos en personas que llegan al lugar deseado o asignado, es mayor que la encontrada en población general (Bolgic et al., 2015; Fazel et al. 2005; Steel et al., 2009); supervivientes de conflictos armados que permanecen en el lugar de conflicto o que han sido desplazados dentro del mismo territorio (Porter & Haslam, 2005; Priebe et al., 2012); y migrantes con una motivación laboral (Lindert, Von Ehrenstein, Priebe, Mielck & Brähler, 2009). Sin embargo, las tasas de prevalencia varían ampliamente entre los diferentes estudios, siendo atribuida dicha variabilidad fundamentalmente a aspectos metodológicos de la evaluación (e.g. falta de instrumentos de evaluación adaptados para este tipo de poblaciones, evaluación por nativos vs. a través de intérpretes); el país de origen y acogida de los refugiados; y el momento en que se realiza la evaluación dentro del proceso migratorio (Bolgic et al., 2015; Fazel et al., 2005; Holified et al., 2013)
En la fase de destino, la salud mental de los refugiados también estará determinada en gran medida por factores post-migración. Se han observado asociaciones significativas entre la sintomatología psicológica, fundamentalmente la depresiva, y variables socioeconómicas como la baja integración social en el país de acogida, un bajo nivel educativo, los estresores experimentados tras la migración, la falta de dominio del idioma, el desempleo, tener permiso de residencia temporal, la falta de apoyo social y no sentirse aceptado en el país de acogida (Bogic et al., 2015; Bogic et al., 2012; Schick et al., 2016). Asimismo, en el meta-análisis de Porter y Haslam (2005), tener una vivienda privada permanente y disponer de oportunidades económicas (e.g. derecho al trabajo, mantenimiento de un estatus socioeconómico) eran predictores de un mejor estado de salud mental, mientras que la no resolución del conflicto que motivó el desplazamiento predecían un peor estado de salud mental.
En conjunto, la gran cantidad de eventos traumáticos a los que se pueden enfrentar los refugiados a lo largo del proceso migratorio pueden tener un efecto acumulativo en su bienestar psicológico. Así, en el meta-análisis de Steel et al. (2009), la acumulación de eventos potencialmente traumáticos presentaba una fuerte asociación con la sintomatología depresiva y postraumática.
Finalmente, no hay que olvidar que algunos refugiados también pasan por una fase de retorno que implica la vuelta a sus países de origen, generalmente a causa de una repatriación forzada. Tal y como destacan Zimmerman et al. (2011), en esta fase, además de las consecuencias derivadas del efecto acumulativo de los sucesivos estresores experimentados durante la migración, los refugiados tienen que hacer frente una vez más a los conflictos que motivaron el desplazamiento, caracterizados frecuentemente por situaciones de guerra y sus consecuencias. Así, no es de extrañar que la repatriación también haya sido identificada como un predictor de un peor estado de salud mental general (Porter & Haslam, 2005).
Como puede observarse, no todos los refugiados desarrollan patologías. De hecho, se constata que algunos de ellos desarrollan estrategias de afrontamiento eficaces a partir de distintos factores de resiliencia (Schweitzer, Greenslade, & Kagee, 2007). No obstante, la inmensa mayoría necesitaría de algún tipo de intervención psicosocial. En ausencia de patologías o para un mejor pronóstico en los que las padecen, los factores relacionados con la integración y la educación podrían tener gran relevancia (Bogic et al., 2015), especialmente en los menores (Betancourt & Khan, 2008; Hamilton & Moore, 2004; Montgomery, 2010).