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Mitos erróneos sobre las memorias traumáticas

Existen dos mitos principales y contrapuestos sobre las memorias traumáticas y los dos igualmente erróneos: Las memorias reprimidas (o amnesias psicógenas) y las memorias vívidas.



Memorias reprimidas
Freud (1917) se refirió al olvido motivado con el término de memoria reprimida. Según sus propuestas, los contenidos de estas memorias no se eliminarían de la memoria, sino que simplemente se excluyen de la conciencia, por lo que en algún momento se podrían recuperar. Esta represión en cualquier caso no sería deliberada, sino que se debería a un proceso automático no consciente. Sin embargo, muchos argumentos se han dado en contra de la existencia real de las memorias reprimidas (o disociadas) hasta el punto de que algunos investigadores las han considerado un mito (Loftus, 1993; Loftus y Ketcham, 1991). Así mismo, se ha propuesto que muy probablemente las memorias recuperadas después de haber sido reprimidas se tratarían en la mayoría de las ocasiones de memorias falsas. Por ejemplo, Pendergrast (1998) afirma que las memorias sobre abusos sexuales, supuestamente ocurridos a lo largo de un periodo extenso de tiempo, que resurgen después de una represión masiva (de una amnesia selectiva y amplia), no serían ciertas. Parte de los detalles recordados probablemente habría tenido lugar, pero la superestructura construida sobre esos elementos probablemente será falsa.

Amnesia psicógena.
En nuestra cultura occidental, las amnesias psicógenas o de origen psicológico, comienzan a destacarse en el contexto clínico a finales del siglo XIX con el florecimiento de la psiquiatría y la neurología, con los trabajos de Janet y el posterior psicoanálisis.
El termino amnesia psicógena o funcional, usado indistintamente por algunos autores, probablemente sea una reminiscencia de la vieja clasificación de trastornos mentales de origen orgánico o psicógeno. Es un concepto etimológicamente impreciso en la medida en que asume implícitamente que puede haber función sin estructura, lo que no se corresponde con el universo tal y como lo conocemos. Frecuentemente la clasificación psicógena ha reflejado una ausencia de información sobre el origen debido a limitaciones de la tecnología diagnóstica existente o un simple fingimiento voluntario o psicopatología. El empleo oportuno de las amnesias psicógenas en la literatura y el cine como recurso dramático ha legitimado su existencia en el imaginario popular.
Baddeley (2010) en un análisis del término, matizado por un prudente escepticismo, describe cuatro manifestaciones de amnesias psicógenas: fugas, amnesias focales retrogradas, amnesias específicas de una situación y trastornos de personalidad múltiple. Las fugas se caracterizan por pérdida repentina de memoria autobiográfica y tienden a ocurrir después de situaciones de estrés agudo, ocurren en estados de ánimo deprimido, hay antecedentes de amnesias transitorias de base orgánica y es difícil descartar un móvil oculto para el olvido. En las amnesias focales retrogradas psicógenas, los pacientes no pueden recordar su pasado de forma explícita, pero sin embargo, pueden aprenderlo por ayuda de otras personas. Las amnesias específicas de una situación, generalmente asociadas a situaciones violentas, pueden ser un fenómeno genuino más que un fingimiento, porque no es evidente una ventaja legal o moral y presenta un patrón coherente entre las versiones en el tiempo. Por último, el trastorno de personalidad múltiple es una entidad de franca clasificación psicopatológica, con gran variabilidad cultural e infrecuente en la clínica cotidiana. El análisis de Baddeley soslaya mencionar los fundamentos neurales de estos referidos trastornos.
Otro tipo de estudios se basan en la búsqueda de marcadores neurobiológicos que discriminen las amnesias psicógenas de las de causa neural conocida. Los problemas en el estudio de las amnesias psicógenas es que se basan fundamentalmente en estudios de casos y por otra parte no toman mucho en consideración lo que sabemos sobre el funcionamiento de los mecanismos de la memoria.
La recuperación de la memoria, episódica, se apoya en regiones temporofrontales interconectadas por el fascículo uncinado que funcionan como disparadores de redes neurales de la memoria (Fink et al., 1996, Markowitsch 2003) y si queremos saber sobre si una amnesia es psicógena o no, sería necesaria una constatación de papel funcional de estas regiones en esos casos. Así, se ha descrito en estudios de casos con pacientes que refieren amnesia dentro del dominio de la memoria autobiográfica la presencia de alteraciones del metabolismo cerebral comparados con no amnésicos (McEwen, 2000b). Una hipótesis de esta correlación es que la amnesia psicógena, es causada por una liberación alterada o desequilibrio de hormonas de estrés (glucocorticoides y mineralcorticoides) y neurotransmisores a nivel cerebral, lo que podría bloquear los procesos de memoria autobiográfica. Esto ha llevado a proponer un Síndrome mnésico en bloque (Stanilou y Markowitch, 2012), caracterizado por una sincronización anormal entre el sistema de los lóbulos frontales, esencial para la autoconciencia y el sistema témporo-amígdala, que es importante para la evaluación de las emociones, lo que apoya un mecanismo subyacente de disociación (fallo en la integración cognición emoción). Este bloqueo, según los autores de este constructo, puede ser disparado por estrés psicológico o ambiental mediado por los procesos neuroendocrinos. Pero esta explicación post hoc de hallazgos atribuye un efecto muy puntual e intenso a la acción de estas hormonas esteroides.
El problema teórico-metodológico es que no sabemos si estas manifestaciones de alteraciones metabólicas, imagenológicas o electroencefalográficas cerebrales, son la causa del olvido o si son las consecuencias neuroquímicas de estados emocionales alterados.
Dado el estado actual de los conocimientos, parece sensato valorarlas como una forma rara de simular enfermedad más que una condición patológica (Brandt y Van Gorp, 2006), o sencillamente amnesias en las cuales no se han encontrado alteraciones neurales o moleculares por una limitación de las técnicas diagnósticas existentes.


Memorias vívidas

Uno de los hechos que más llama la atención respecto a las memorias autobiográficas es que parece que somos capaces de recordar ciertos sucesos como si acabaran de ocurrir, aparentando ser inmunes al deterioro producido por el paso del tiempo. Este tipo de memorias autobiográficas se conocen con el nombre de memorias vívidas o memorias flash y consisten en memorias sobre sucesos altamente impactantes por la repercusión individual y/o social que implican.
Un hecho de este tipo es, por ejemplo, el atentado ocurrido en Nueva York en 11 de septiembre de 2001, cuyo impacto emocional no deja lugar a duda. Cuando recordamos aquel día y lo que nosotros mismos hicimos antes, durante y después del atentado es muy probable que tengamos la sensación de que aquello se nos ha quedado profundamente grabado y que lo recordamos de forma muy vívida con todo lujo de detalles. Sin embargo, es muy probable que ciertos detalles que damos por exactos hayan sido “creados” posteriormente, aunque algunas investigaciones (Peace y Porter, 2004) han mostrado que los hechos traumáticos se recuerdan mejor tres meses después que los que no lo son. Diversos investigadores (por ejemplo, Brown y Kulik, 1977; Pillemer, 1984) que han estudiado la exactitud de este tipo de memorias han mostrado que ciertos detalles sobre lo que uno hizo durante los momentos en que ocurría un suceso de este tipo no son reales. Por ejemplo, uno de los detalles que usualmente se ve modificado con el paso del tiempo es el origen de la información, es decir, dónde y de qué forma nos enteramos por vez primera de aquel suceso. Neisser y Harsch (1992) estudiaron el recuerdo de sus alumnos sobre la explosión en el aire del trasbordador espacial de la NASA Challenger ocurrido el 28 de enero de 1986 y en donde murieron todos sus tripulantes. Este hecho conmocionó a la opinión pública estadounidense por el hecho de que fue transmitido en directo por televisión y mucha gente lo seguía con interés. Al día siguiente de ocurrido Neisser y Harsch pidieron a sus alumnos, como un ejercicio de clase, que contaran por escrito las circunstancias en que ellos se enteraron de la noticia y sus reacciones a la misma. Pasados tres años volvieron a pedir a esos mismos alumnos que recordaran el suceso. Los relatos mostraron cómo ciertos elementos de las descripciones habían variado, la idea general de lo ocurrido no variaba, pero sí, por ejemplo, cómo se habían enterado de la noticia si por radio o televisión, o se lo habían contado y luego lo habían visto a posteriori en algún informativo. Sin embargo ellos afirmaban que estaban completamente seguros de recordar con total exactitud aquel suceso. A algunos alumnos les fueron mostrados sus relatos escritos el día después al suceso, creyeron que habían sido manipulados imitando su letra, y argumentaron que ellos no habían escrito eso porque no había sucedido así —o al menos así no lo recordaban— y que debían estar siendo objeto de algún tipo de experimento en el que se les engañaba para estudiar su reacción. Una explicación a este fenómeno proviene del hecho de que la explosión del Challenger fue pasada en numerosas ocasiones por televisión, el recuerdo de la primera vez puede fácilmente confundirse con el de las veces posteriores en que el suceso fue visto. Así, parece que ciertos elementos de un suceso emocional pueden ser recordados exactamente, mientras que otros no.
Diferentes estudios se han realizado sobre los atentados terroristas del 11-S en Nueva York (Ferré, 2006; Lee y Brown, 2003; Luminet et al., 2004; Pezdek, 2003; Schmidt, 2004; Smith, Bibi y Sheard, 2003; Tekcan, Ece, Gülgöz y Er, 2003), mostrando interesantes resultados que en esencia confirman los encontrados por Neisser y Harsch (1992). Así, por ejemplo, Schmidt (2004) encontró que los hechos centrales se recuerdan con más consistencia que los periféricos, pero más importante es que los recuerdos sobre este suceso contenían abundantes errores procedentes de una inapropiada reconstrucción de los hechos. Además, los sujetos más afectados emocionalmente mostraron un peor recuerdo y más inconsistencias respecto a los detalles periféricos que los sujetos menos afectados. Un estudio similar fue realizado por Ferré (2006) sobre los recuerdos del mismo suceso con sujetos españoles, a los que se les preguntó dos semanas y ocho meses después de los atentados, pero en este caso los recuerdos fueron analizados no sólo en exactitud sino también en su riqueza fenomenológica. Sus resultados muestran que los sujetos recordaban con bastante precisión cómo se enteraron de los ataques, que tenían una gran confianza en sus memorias y que sus recuerdos tenían una gran riqueza fenomenológica (información sensorial y emocional fundamentalmente). Con el paso del tiempo disminuyeron las puntuaciones en exactitud, sin embargo se mantuvieron altas la confianza y la riqueza fenomenológica.
En un estudio realizado recientemente (Vallet y Manzanero, 2015) se evaluaron los recuerdos (diez años después) de los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004, que entonces provocaron un fuerte impacto emocional en la población (Cano, Miguel-Tobal, Iruarrízaga, González y Galea, 2004; Miguel-Tobal, Cano, Iruarrízaga, González y Galea, 2005). El estudio se realizó mediante el Cuestionario de Características Fenomenológicas de los Recuerdos Autobiográficos utilizado en estudios anteriores (Manzanero y López, 2007; Manzanero, López, Aróztegui y El-Astal, 2015). Participaron en el estudio un grupo de ochenta y dos personas, la mitad formado por sujetos que en el momento de ocurrir los hechos eran menores (M=9.85 años) y el por otro personas adultas (M=41.87 años). Los resultados mostraron que las características de los recuerdos eran diferentes en función de la edad en la mayoría de las medidas analizadas. Los recuerdos de los adultos eran más significativos, definidos, sensoriales, vívidos, detallados y fragmentados. Los adultos fueron capaces de recordar más información sobre cuándo y dónde ocurrieron los hechos. Desde un punto de vista emocional no se encontraron diferencias respecto al grado de negatividad de los hechos, sin embargo, los sentimientos asociados eran más intensos en los sujetos de mayor edad, que lo percibían con mayores implicaciones, mayor relevancia y más complejidad, recordando mejor lo que pensaron en el momento en que ocurrieron los hechos. Los menores manifestaron que hablaban menos de estos hechos y les costaba menos recordarlo. Estos datos muestran que la edad puede ser un factor importante al considerar las memorias vívidas, debido a que la capacidad para interpretar los hechos no es la misma en función de los conocimientos y experiencias previas de los sujetos que determinan una valoración distinta de los hechos y sus consecuencias.
¿Por qué se generan este tipo de memorias? El mecanismo implicado en la formación de estas memorias está relacionado con la activación emocional en el momento en que el suceso tiene lugar y con los procesos reconstructivos de la memoria que ralentizan su decaimiento. Según Brewer (1986) la accesibilidad de estas memorias es producto de factores emocionales, recuperación múltiple y distintividad de la huella.
Aunque existe una fuerte discrepancia con respecto a si las memorias vívidas son diferentes de una memoria episódica cualquiera (Wright, 2009; Wright y Gaskell, 1995), Brown y Kulik (1977) propusieron la existencia de un mecanismo de memoria especial para las memorias vívidas que generaría una huella permanente de los detalles y circunstancias que rodearían al hecho recordado. Para que estas memorias sean posibles el hecho debe ser original, inesperado y sorpresivo. Si un hecho es rutinario y común no se le presta la suficiente atención, mientras que si tiene las anteriores características entonces es evaluado por el sujeto en términos de sus consecuencias personales y se incrementa la activación emocional.

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Más Información: Manzanero, A. L. y Álvarez, M. A. (2015). La memoria humana. Aportaciones desde la neurociencia cognitiva. Madrid: Pirámide,