Unos 275.000 refugiados subsisten en el vecino Camerún con la ayuda alimentaria recortada a la mitad
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Sara Velert
Yaundé
14 JUN 2017
Tras un breve periodo de calma engañosa, el conflicto se ha enquistado y en las últimas semanas se ha deslizado peligrosamente hacia una nueva escalada de violencia -con decenas de muertos y miles de nuevos desplazados internos- que la misión militar de pacificación de la ONU (Minusca) apenas puede contener -cinco cascos azules murieron en mayo en un ataque-.
Ante este escenario, los refugiados asentados en Camerún (275.000, según la agencia de refugiados de la ONU, Acnur, de un total de más de 481.000 repartidos en los países vecinos desde 2004) se afanan en superar el día a día en medio de la precariedad y sin perspectivas de regresar. “Yo no estoy seguro de querer volver”, afirma Ibrahim. No lo está la mayoría de sus compatriotas, según una encuesta realizada entre ellos por Acnur.
El exilio forzoso mantiene en siete campos de refugiados en el este y del centro-norte de Camerún al 30% de los acogidos, mientras que la mayoría se ha establecido en las poblaciones de la región, aunque con dificultades y sin dejar de depender de las organizaciones humanitarias internacionales, que tras tres años de conflicto se han visto obligadas a reducir la ayuda, incluida la comida que distribuyen. “Las comunidades locales han sido muy hospitalarias, pero también son muy pobres, los recursos y servicios son escasos y las posibilidades de empleo muy limitadas”, explica Baseme Kulimushi, responsable de Acnur en el este de Camerún, una de las regiones menos desarrolladas del país (de 23,7 millones de habitantes y en el puesto 153 de 188 países del Índice de Desarrollo Humano; la República Centroafricana, con 4,8 millones de personas, está en el 187).
En localidades como Boubara, a una veintena de kilómetros de Timangolo por una carretera de tierra llenas de baches, valoran la llegada de refugiados pese a los problemas porque comparten los beneficios de la ayuda internacional, que a menudo está más cerca de ellos que el Gobierno de Yaundé. “Hemos conseguido más puntos de agua y mejoras en el hospital”, cuenta Amina, de 55 años, ocho hijos, que gracias a una ONG trabaja en un campo para producir forraje que alimente al ganado de los acogidos y evitar así que invada cultivos y se produzcan conflictos. Un programa que, como otros, solo se sostendrá mientras haya dinero.
Es un equilibrio frágil. La crisis centroafricana se prolonga sin visos de solución
y “atrae cada vez menos fondos” para cubrir las necesidades básicas de
los refugiados, advierte Kulimushi. El año pasado, Acnur estimó en 55
millones de dólares (49 millones de euros) las necesidades de los
refugiados en Camerún. Llegaron 21 millones.
La agencia de la ONU, con ayuda financiera de la UE, ha repartido entre las familias de Timangolo (6.000 personas) móviles en los que reciben un SMS con la cantidad que podrán gastar en un mes en productos básicos (tras los recortes unos 4.400 francos de África Central, unos 6,7 euros por persona). El sistema permite ampliar la lista de alimentos básicos con productos locales, lo que también favorece a los comerciantes cameruneses y abre la puerta a algunos empleos para los refugiados. “Yo les compro arroz, sardinas o pasta y me llevó una pequeña comisión”, explica Ibrahim.
El aumento de la cantidad de comida, junto a oportunidades para trabajar, encabeza las peticiones de unos refugiados que notan con ansiedad la disminución de las ayudas de la que alertan las agencias humanitarias y la UE, con cuya Dirección General de Ayuda Humanitaria (ECHO) viajó EL PAÍS a mediados de mayo al este de Camerún invitado por el European Journalism Center (EJC).
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La lucha contra Boko Haram en el norte
Camerún, una isla de estabilidad en el contexto de África central
presidida con un control férreo y entre acusaciones de corrupción desde
hace más de 30 años por Paul Biya, acoge también en el extremo norte a
cerca de 64.000 nigerianos huidos de Boko Haram, cuyos ataques han
provocado también que 223.000 cameruneses se hayan convertido en
desplazados internos. Biya se erigió en 2014 en estandarte de una
coalición africana en la guerra contra los yihadistas y es al norte
hacia donde se desvían los mayores recursos. “La crisis de la República
Centroafricana no se ha visto como una amenaza global; la de Boko Haram
sí”, apunta Ntuda Ebode, profesor de relaciones internacionales de la
Universidad Joseph Vicent de Yaundé. “El compromiso con el norte es
mucho más fuerte que con el este de Camerún”, donde los cameruneses se
han centrado en “protegerse” de la inestabilidad de la República
Centroafricana y sus luchas intestinas.